
Lotte Lentes
La arena del desierto
Sin la barba emerge un extraño en el espejo. Todavía tengo que acostumbrarme a ello, pero me parece que es algo bueno. Si yo mismo me confundo con otra persona, quizá a los demás también les pase.
La arena del desierto es la historia de Majid, un joven que ha crecido en los suburbios de Roubaix haciendo todo lo posible para dejar de ser invisible. Tras fracasar en sus intentos por ponerse a prueba y mostrar de lo que es capaz, Majid viaja a Siria, donde lo que encuentra dista mucho de ser la Tierra Prometida. Hasta que un día se le ofrece la oportunidad de convertirse en un héroe.
En este relato Lotte Lentes indaga con precisión casi documental en las estructuras del Estado Islámico, y en la manera en que el desarraigo y las dogmáticas promesas de redención pueden conducir a terribles resultados.
Características
Idioma original: neerlandés
Traducción: español
Autora: Lotte Lentes
Traductora: Irene de la Torre
Editorial: Lengua de trapo
Género: novela corta
Fecha de publicación: octubre de 2020
ISBN: 978-84-8381-247-1
Título original: De jongen, het stof
Editorial original: Wintertuin
Año de publicación del original: 2015
Esta publicación ha recibido el apoyo del Fondo de fomento a la traducción y producción literarias de Países Bajos.
Fragmento
Luego me explicaron que los perros habían llegado el mismo día que yo. Los siete galgos fueron lo primero que vi al bajarme del destartalado Toyota que me había llevado con otros dos chicos de Ajtarin a Alepo. Me habían anunciado que me trasladarían a una cárcel. En un primer momento pensé que me encerrarían por lo que había pasado, pero el conductor del jeep soltó una fuerte carcajada cuando se lo pregunté discretamente. Circulamos por carreteras mal asfaltadas, suburbios desiertos arrasados por las bombas, kilómetros de hierba y arena. A los limpiaparabrisas les costó cada vez más trabajo arrastrar el polvo hacia uno y otro extremo.
—No eres ni mucho menos el primero que empieza con demasiado entusiasmo.
Intentó en vano poner la radio, solo cambió de frecuencia las interferencias. En la empuñadura del arma que llevó en el regazo durante todo el trayecto había una pegatina de un personaje de cómic que yo desconocía. No estaba bien pegada, debajo había burbujas de aire.
—Si tuviésemos que sancionar eso, en una semana tendríamos que enviaros a todos de vuelta a casa, o bien encarcelaros. Pero ¿qué sentido tendría?
El hombre me dijo que me asignarían pequeñas tareas en la cárcel. «Trabajo de apoyo», así lo llamaba. También mencionó que no debía preocuparme en absoluto por haber sido retirado del frente después de solo tres días.
—Se trabaja mejor en la cárcel—añadió—. Es más tranquilo, hay más comida, electricidad, ese tipo de cosas, y puedes llamar a los tuyos cuando quieras.
Con esto último pretendía sin duda tranquilizarme, pero estar sentado junto a él en ese jeep me parecía ya un castigo. No había viajado de Roubaix a Alepo para hacer de carcelero, habían prometido convertirme en un combatiente.