Joost Oomen

El sol al caer

El primer relato en prosa del poeta, dramaturgo y DJ de literatura, Joost Oomen (1990) es una historia rara, original, distinta, con explosiones, amuletos extraños, pateras y anhelos de juventud. Una no fábula de nuestra época, basada en hechos casi reales.
 
Oomen ha escrito novelas, poemarios y diarios de viaje, y ha hecho varias giras con su espectáculo unipersonal Todos los poetas tienen helicópteros dorados.


Características

Idioma original: neerlandés
Traducción: español
Autora: Joost Oomen
Traductora: Irene de la Torre
Editorial: Ediciones Franz
Género: novela corta
Fecha de publicación: mayo de 2024
ISBN: 978-84-125815-9-1

Título original: De zon als hij valt
Editorial original: Wintertuin
Año de publicación del original: 2016

Fragmento

Querido ojo:

Soy una muñeca. Un trozo de hueso hecho del calcio más resistente recubierto de una capa de carne seca y de piel frágil. Estoy en la habitación de una chica en el sur de España. Me ha dejado encima de una cómoda, entre un despertador de viaje con agujas luminosas y una figurita de plástico de un pitufo. Cuando cae la noche, la tenue luz verde de las agujas se proyecta sobre mi piel. El pitufo sostiene una caja de regalo en las manos, y no sé lo que guarda dentro.  

Hace un tiempo no era una muñeca separada de un cuerpo, sino que formaba parte de un bigotudo conductor de camión. En la parte delantera de la cabina él había construido un pequeño altar. Contra el parabrisas se apoyaba una matrícula con el nombre de su hija grabado, y junto a ella había una desgastada navaja de la marca Opinel. De niño, el conductor se había cortado el dedo con ella mientras afilaba un palo, la cicatriz seguiría en el dedo si yo todavía lo tuviera. La navaja plegada se había vuelto pegajosa por la sangre coagulada y costaba mucho volver a abrirla. Aunque hacía mucho tiempo que el camionero no la utilizaba, si la perdiese revisaría todos los bolsillos de su ropa presa del pánico. Despejaría toda la cabina removiendo los cojines y los periódicos, retiraría las bolitas de madera del asiento, apartaría todo lo que no se encontrase fijo en el camión y, si aun así no diera con la navaja, retrocedería cientos de kilómetros, deteniéndose en todas las zonas de aparcamiento en las que hubiera estado para arrastrarse sobre el asfalto y buscar su vieja navaja caída en desuso.